El volador, ese hombrecito que rompía la lógica de la física, que podía mantenerse en el aire más de la cuenta, que me recordaba al Superman de Jerry Siegel, después supe se llamaba Juan García. Un cuento que habla de nuestra historia futbolera.
Mi padre me llevó por primera vez a la cancha de Atenas, venía Boca. El viejo era fana del xeneize y era su fiesta. Apenas comenzó el partido contaba de cada jugador, cómo se movía el ocho o lo peligroso que era el nueve. Escuchaba virtudes de los porteños mientras el encuentro se desarrollaba, de a poco me fui quedando, eligiendo a un arquerito que atajaba todo. Iba de palo a palo y pese a la embestida y a la superioridad boquense, el tipo mantenía su arco invicto.
El volador, ese hombrecito que rompía la lógica de la física, que podía mantenerse en el aire más de la cuenta, que me recordaba al Superman de Jerry Siegel, después supe se llamaba Juan García.
Esa tarde me fui convencido que el ser humano podía volar. Creo que me pasó como a los chicos de ahora, todos vieron en el Dibu al héroe que necesitamos para creer en la magia.
La vida, el tiempo, un paso breve por las inferiores del albo, me permitió mirarlo de cerca y reafirmar que los arqueros, los buenos, tienen alas.
Así fue el Juan García para mí, un mago que levitaba, un vecino del Buena Vista, que algunos domingos abandonaba la ficción, los comics y cuidaba el arco del Atenas de los milagros…