Ahora, el vestido de novia no se guarda para siempre, sino que se destruye o ensucia en sesiones fotográficas
Lo diseñó sabiendo que iba a destruirlo. Nada ni nadie, ni las súplicas de su mamá o las lágrimas de su suegra, lograron torcer ese destino. Natalia García jamás había soñado con casarse de blanco; ni siquiera había fantaseado con la idea de pasar por el Registro Civil. Pero hizo las dos cosas. A su manera. Y ese vestido hecho a medida, que llevó un año de diseño, innumerables pruebas de vestuario y varios metros y capas de tela, cumplió la profecía con la que había nacido en una sesión fotográfica de trash the dress , una tendencia que busca darle un final artístico a la boda.
Hoy el vestido de novia no se guarda tal cual fue estrenado; a lo sumo se transforma o se vende para recuperar algo de lo que se invirtió. Y las más osadas se animan a ponérselo una vez más para estas producciones que tienen un claro fin estético, aunque muchas terminen mojadas, embarradas o cubiertas con pintura, como en el caso de Natalia, que, vestida de novia, jugó con su marido una guerra de paintball .
Tal vez porque el traje de bodas perdió ese halo de pureza con el que se lo relacionó siempre; tal vez porque las novias se cansaron de guardarlo impoluto en el placard por tiempo indeterminado, o porque se niegan a sentir esa frustración que aparece años después, cuando no entran en ese vestido que lucieron aquel día especial, es que deciden darle un destino alternativo. Entre ellos, el más novedoso y extremo es el de trashearlo, una tendencia que empezó hace unos años en Estados Unidos y llegó hace muy poco al país. Por ahora son pocas las que se animan a transitar este camino. Pero las que lo hacen aseguran que lo viven como una liberación.
"Al principio, cuando se lo proponíamos como cierre a la pareja que venía a vernos para hacer las fotos y el video del casamiento, nos miraban como si estuviéramos locos -recuerda Pedro Lampertti, fotógrafo de AlfaMas Producciones , autor del trash en el paintball-. Fueron muchos no hasta que se animó una y se animaron todas", cuenta. De diez parejas que los contratan, cinco se prestan a una sesión de trash the dress que tiene un costo de $ 2000 más los gastos de viáticos y alojamiento si la locación obliga a trasladarse, por ejemplo, hasta una playa.
Desde que comenzó a ofrecer el servicio, a fines de 2012, Emiliano Rodríguez, de Rodríguez Mansilla Fotógrafos, hizo dos sesiones. Y como la clave es tener material para mostrar, la primera la hicieron sin costo. "Fue con una pareja que se copó enseguida -recuerda-. La clave es intentarlo con novias que no hayan invertido mucho en el vestido. En este caso, ella lo había comprado usado y entonces no tenía el peso del dinero que había gastado. Porque hoy el factor económico pesa más que lo sagrado que puede representar el vestido", reconoce Rodríguez.(lanación)