Todo lo que suena a radio es melodía para mis oídos. Hoy, ayer y siempre. Desde niño vaya a saber uno porque sortilegio me sentí protagonista de esa “Capilla” de madera que esparcía palabras y notas musicales, sobre una mesita del comedor de diario. No muy lejos, ya casi como un adorno de época, estaba en silencio en otro rincón el cornetón de un fonógrafo de mi abuela. Oír radio lo vínculo a ese espacio plácido que se asocia a la tierna infancia. Hacer radio, es comunicarse; fundamento del nexo humano. 

Escuchar era la parte del diálogo imaginario que construía en mi juego premonitorio. También imitaba: En las mocedades de Tulio Reyna -pionero de la radio en Río Cuarto-, Facundo Varela, Miguel Ángel Musto o Ricardo Fuentes, con una cuchara como micrófono, leía en voz alta los avisos que publicaba el desaparecido diario “El Pueblo”. Mi madre, se enojaba porque le perdía el cubierto cada vez que “ensayaba”. Cada generación tiene o se identifica con una emoción de niño. Lo entendí después; era la necesidad de expresarme, que me emparentaba con ese misterio de voces y sonidos, capturados por una bohemia inocente hecha de guiones inalterables y de aire perfumado por la nostalgia.

Pasó el tiempo y comencé a disfrutar del habla hecha con letras que me enseñaban la comunicación como medio de relación entre las personas. La radio era la respuesta a ese diálogo distinto, impersonal, en una sola dirección. Volvía del interlocutor invisibilzado la respuesta con otras voces, que impactaba la curiosidad que a corta edad lo domina todo. Crecí compartiendo esa costumbre familiar de escuchar radio tras la cena como un pasatiempo asombroso para mi mente sin madurar.

Había en mi una predestinación silenciosa y hasta inadvertida hacia ese lenguaje sonoro, que permite escucharse expresivo en la comunicación. Y de a poco fui comprendiendo lo que me identificaba de su función. No era solo un puñado de palabras que vendían un producto y notas en forma de composición musical, sino también una ráfaga periódica de lectura de hechos anunciados entre avances de música marcial con la vibración de quien anoticia un suceso o una emergencia. Ahí, también entendí que eso eran noticias, la materia prima del periodismo, la profesión que con el tiempo abrace con pasión. 

En adelante, la información, el análisis de la noticia, la caricia de una nota musical, la carcajada de un lenguaje que se ha desacartonado, el silencio como palabra, encierran para mi aún ese mundo incomprensible de la propagación por la onda radial. Surfeando sobre ellas, trajiné lo que no se conoce y evalué desapasionado hechos para los demás. Si hay honestidad intelectual en el periodismo, éste ayuda al juicio ajeno. Es sabio -no sé si lo he logrado- trasmitir un parecer sin influir. Titularle la imaginación. Esta función del periodista es la de formar opinión solo estimulando el juicio critico del otro.

El periodismo no es neutro. A partir de lo necesario se habla de lo bueno y de lo malo. También debe ser autocrítico. Ayuda a ser creíble, razón de ser de la profesión. Fui un privilegiado. Hice y disfruté de mi trabajo frente al micrófono, hoy con menor intensidad que en décadas anteriores, desde el 8 de diciembre de 1969. Radio Ranquel había cumplido 18 años y Radio Río Cuarto con un nuevo permisionario, Carlos Biset, había iniciado un nuevo tiempo de radio, parte sustancial que resumen 70 años de la vida de nuestra ciudad y región. 

Ha pasado a ser la continuación de una trayectoria, que ha sido y es testigo de un quehacer ciudadano emprendedor y rico. Alcanzar 7 décadas de vida, poblar el aire de sucesos y reflexiones, acompañar el día y la noche con el calor humano del habla y la música, es un privilegio de quienes hacen el mensaje radial y de quienes lo comparten. El 29 de septiembre no es una fecha más en la existencia de la ciudad. Fue la primera parábola que con voces y oídos generosos de la sociedad regional, la radio se constituyó en un espejo de su historia.

Nicolás Florio