El Templo de Hera
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24/06/2021 08:47 hs

El día que Fangio y Sabato volvieron a encontrarse

Argentina - 24/06/2021 08:47 hs
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Nacieron el mismo día y unos quinientos kilómetros de distancia, hace 110 años. El mejor piloto de todos los tiempos y uno de los escritores más oscuros y potentes de la literatura nacional vuelven a encontrarse en esta nota. Justo ahora, cuando creíamos que ya no tenían nada más que decir.

Apenas habían pasado diez minutos del nuevo día cuando nació Juan Manuel Fangio. Era el 24 de junio de 1911, en Balcarce, provincia de Buenos Aires, y sin que nadie lo soñara se escuchó el primer llanto del mayor piloto del automovilismo argentino.

Pero como la imaginación siempre es pobre cuando se trata de vaticinar lo que va a ocurrir, tampoco estaba previsto que a la hora del crepúsculo de ese mismo día, a 525 kilómetros de allí, en Rojas, naciera uno de los escritores más destacados de la Argentina del siglo XX: Ernesto Sabato.

No fueron amigos ni compartieron pasión, mujer u oficio. A veces basta con un vivir al mismo tiempo, con habitar casi idéntico lugar. Pero alguna vez conversaron. Una de ellas fue en julio de 1976, en una charla promovida por la revista Gente (número 574, 22 de julio) y publicadda en forma de diálogo bajo el título: “Dos argentinos fuera de serie”.

Entonces Fangio ya había sido campeón de Turismo Carretera en 1940 y 1941; ya había protagonizado con los hermanos Gálvez ese Boca-River de “los fierros” que era el duelo Chevrolet-Ford; ya había sido campeón mundial de Fórmula 1 en 1951, 1954, 1955, 1956 y 1957, y subcampeón en 1950 y 1953; ya ocupaba la cima de la historia de ese deporte, a la que mucho tiempo después se sumarían pilotos como Michael Schumacher, Ayrton Senna y Lewis Hamilton.

Sabato, en tanto, ya había dejado la Física y se dedicaba de lleno a la escritura; ya había publicado las novelas “El Túnel” (1948), “Sobre héroes y tumbas” (1961) y “Abaddón, el exterminador” (1974); ya había agradecido a su esposa Matilde Richter haber rescatado de las llamas “Sobre héroes y tumbas”, considerada una de las novelas más importantes en habla hispana del siglo XX; ya había publicado ensayos como “Hombre y engranajes” (1951) y “Heterodoxia” (1953), donde interpelaba el progreso científico-técnico y la deshumanzación de la sociedad contemporánea; ya había sido comunista, antiperonista, “evitista” y “anarcocristiano”.

Fangio, el “Chueco”, ya había sido secuestrado en Cuba en febrero de 1958 por el Movimiento 26 de Julio, encabezado por Fidel Castro, para denunciar a la dictadura de Fulgencio Batista y ya había dicho que “si lo ocurrido fue por una buena causa lo acepto como tal”; ya había sido designado presidente de Mercedes Benz Argentina (1974), y todavía no había sido cuestionado por el silencio que mantuvo ante la colaboración de la empresa con la dictadura militar; ya había tenido tres hijos a los que no había reconocido, algo que sólo hizo la Justicia después de su muerte.

Sabato ya había tenido dos hijos, Jorge Federico (quien moriría en un accidente en 1995) y Mario (cineasta que rodaría, entre otros filmes, “El poder de las tinieblas” -1981-, basado en “Informe sobre ciegos”); ya había participado del polémico almuerzo que el dictador Jorge Videla mantuvo con intelectuales argentinos el 19 de mayo de 1976.

Pero Sabato, sin embargo, todavía no había recibido el Premio Cervantes, el más importante de las letras en castellano, algo que ocurriría recién en 1984; ni enfermo de la vista se había dedicado a la pintura; ni había presidido la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) ni redactado el informe “Nunca más”, testimonio clave para develar los crímenes de la dictadura y enjuiciar a sus responsables; ni plasmado sobre el papel la controvertida teoría de los dos demonios.

Por supuesto que Fangio y Sabato no sabían en aquella charla, de la que van a cumplirse 45 años, que el piloto “más grande todos los tiempos” moriría en Buenos Aires de una bronconeumonía el 17 de julio de 1995, a los 84 años. Tampoco que el escritor que supo encontrar en la belleza de la escritura el horror del mundo fallecería de una bronquitis 55 días antes de cumplir 100 años, en Santos Lugares, donde siempre había vivido.

Tampoco imaginaron entonces que les quedaba una conversación pendiente y que esta puede transcurrir hoy (ahora), mientras las fotos de ambos se multiplican en las redes sociales en plan de efeméride para recordar a dos hombres queridos, contradictorios y ante los que hay razones tanto para admirar como para temer.

Mano a mano imaginario entre dos grandes

- ¿Qué dice, Sabato?

- ¿Cómo le va, Fangio?

- Acá andamos, nunca imaginé que esto era tan largo.

- ¿Ah, no?


- Eterno si, pero largo no. Imáginese, es la primera vez que nos encontramos desde que llegamos acá ¿Me entiende?

- Un poco.

- Yo lo imaginaba como una pista de carrera.

- Mire que interesante.

- Como Monza o Silverstone, ¿sabe? Siempre derecho pero de tanto en tanto una curva, una vuelta. Pero nada. Esto es una recta que no termina nunca.

- Es que usted está acostumbrado a la velocidad, a esas máquinas que…

- No empiece a tirarse contra las máquinas, Sabato.

- Contra las que manejaba usted, no. Esas estaban hechas a la medida del hombre. El problema fueron las otras, las que lo redujeron a la nada, o peor, a una máquina inferior.

- Le cuento algo: la primera vez que me subí a un auto y arranqué y empecé a andar y vi que podía doblar y frenar, tuve la impresión de que el auto tenía vida. Fue muy fuerte.

- Me imagino.

- Mire que yo lo único que hacía era manejar, ¿eh?

- Lo sé. Y sabe que siempre lo admiré por eso.

- ¿Por manejar?

- Claro. Usted tenía coraje pero también prudencia. Y perseverancia y tenacidad e intelingencia. No se puede ser cinco veces campeón del mundo sin todo eso.

- Le agradezo, maestro.

- …

- Yo, en cambio, no puedo decir mucho sobre sus libros. Lo que sí me imagino es que escribir debe ser, de alguna manera, como estar acá.

- Nunca lo había pensado así.

- Usted tiene por delante siempre una linea recta y de lo que se trata es de que haya algo, algo que valga la pena. Algo en lugar de nada, como en una pista.

- Finalmente, el filósofo resultó ser usted. Venga, sentémosnos al sol.

- Usted sabe que estoy lejos de la filosofía. Uno solo habla de lo que sabe. Y yo sé de rectas y curvas y contracurvas.

- Pero del tiempo y de la vida sabemos todos. Y de los valores también. Y si no lo sabemos lo aprendemos por fuerza. A nosotros, Fangio, nos tocó vivir en un mundo cruento y vil, donde el hombre, lo único sagrado, fue degradado y desacralizado.

- Lo que yo puedo decirle es que se perdió el entusiasmo, las ganas de correr por correr, nomás. Ahora todo es plata, mucha plata. Y hacer como que importa y como que se es feliz.

- Algo de esto me dijo en la entrevista esa que nos hicieron cuando estábamos allá ¿Se acuerda?

- ¿Cuál? ¿La que decía que éramos dos argentinos modelos?

- Esa.

- Qué gente aquella.

- Me acuerdo que me contó también que le estaba escapando a Horangel, que no quería saber nada con conocer el destino, lo que iba a pasarle.

- Qué memoria tiene. Pero fue usted, Sabato, el que me contó que para Horangel éramos gemelos astrales o algo así, porque nacimos el mismo día del mismo año.

- Es cierto. Y ahora podríamos sumar a Riquelme y a Messi y a Luis Salinas, que si bien no nacieron el mismo año que nosotros también lo hicieron un 24 de junio.

- Podríamos organizar una gran fiesta de cumpleaños. O un picadito. Ojo que a mi me pusieron “Chueco” cuando jugaba de delantero en el Club Rivadavia, no en las pistas.

- Lo sé, lo sé.

- Pero no traigamos a nadie antes de tiempo. Por ahora alcanza y sobra con Gardel y el Potro Rodrigo, que se vinieron para acá también un 24 de junio. Ya va a llegar el día en que estemos todos juntos. No es que uno lo quiera, ¿vio? Es más bien inevitable.

- Eso parece.

- La argentinidad al palo, ¿se imagina?

- Honestamente ahora no puedo imaginármelo. Pero le prometo intentarlo.

- ¿Se arrepiente de algo, Sabato?

- ¿Por qué me lo pregunta?

- Porque desde que salió lo de la entrevista esa… ¿fue en el 76, no?

- Sí.

- Desde que empezamos a hablar de la entrevista que nos hicieron juntos lo noto un poco tristón.

- Soy más bien así.

- ¿Pero se arrepiente de algo? Tal vez esa nota fue innecesaria, en ese momento al menos.

- Es muy probable.

- Bueno, yo sí tal vez me arrepiento.

- ¿De qué?

- De haber ido en ese avión con Videla a Venezuela en el 77. Pero guarda que no estaba solo. Estaban Edmundo Rivero, De Vicenzo, Leloir y un montón más. Yo iba por mi país.

- A veces hacemos esas cosas.

- Pero lo suyo fue distinto, porque usted fue con Borges a esa comida con Videla pero también criticó a los militares, lo elogió a Videla pero después presidió la Conadep…

- Es usted considerado hasta la indulgencia.

- ¿Y qué otra cosas podemos hacer?

- No lo sé.

- ¿Usted no lo sabe?

- A lo mejor podemos pensarlo juntos.

-¿Juntos quienes?

- Usted y yo, quién más.

- Yo ya dije todo lo que pienso, como lo hice cuando me secuestraron los barbudos en Cuba o como no lo hice cuando fueron las desapariciones en la Mercedes Benz. Siempre fui sincero.

- Ahora el triste es usted.

- Es que le pregunto qué podemos hacer y usted, que es Sabato, me esquiva el bulto.

- Le dije que pensemos entre los dos porque a mi apenas se me ocurre algo.

- ¿Y qué se le ocurre?

- Mostrarnos tal cual somos. Con lo bello y lo hediondo que hay en cada uno de nosotros; que lo luminoso y lo oscuro refuljan a la vez. Ahí está lo humano, en el fango. Ahí está lo que fuimos pero también lo que podemos dejar de ser.

- ¿Ya se va?

- Si, estoy un poco cansado hoy.

- ¿Va para allá?

- ¿Se puede ir hacia otro lado?

- No.

- Hacia allá, entonces, Sabato.

- Lo acompaño, Fangio.







 
Con información de Télam

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