Los diez detenidos atraviesan su primera semana en la celda de la alcaidía del penal de Dolores; este jueves recibieron la visita de sus familiares. Turnarse para el teléfono público y el viaje hacia las duchas.
Este jueves por la tarde, se realizó el turno semanal de visita que el Servicio Penitenciario Bonaerense reservó en el penal de Dolores para las familias de los diez acusados de matar a golpes a Fernando Báez Sosa. Los diez de Zárate permanecen desde el miércoles pasado en la celda de la alcaidía del penal, acondicionada con camas cucheta y un inodoro para compartir. Los vigila estrictamente un oficial de alto rango del SPB: las requisas a la celda son realizadas cada día.
Algunos se quejan en el penal, hablan de supuestos privilegios. “Están en un pabellón de refugiados, los giles de mierda", gritaban dos chicas desde la calle el miércoles pasado. “Loco, ¿qué onda ‘los rugby’? Dicen que hacen eso con todos los que entran y a cualquier guachito que ingresan lo apuñalan o lo cagan a trompadas o les roban las zapatillas, no como a estos giles que les hicieron una pieza para diez”, decía la semana pasada un preso en otro pabellón, veterano de las jaulas bonaerenses.
No hay privilegios salvo mantenerlos separados del resto, afirman las fuentes en el penal más sobrepoblado de la provincia, con 885 detenidos donde debería haber 350 por cupo según el último informe de la Comisión Provincial por la Memoria. Lo cierto es que el SPB, responsable de la seguridad de los detenidos, no puede correr riesgos en un caso de alto perfil mediático: el aislamiento en la celda de alcaidía, ubicada en la planta de la cárcel entre dos pabellones evangélicos, es casi total. No se cruzan con otros presos, ni siquiera cuando atraviesan el penal para bañarse en las duchas. Hay versiones que indican supuestos tratos soberbios, faltas de respeto al personal, pero fuentes que conocen de primera mano el encierro dicen que los acusados de matar a Fernando son “respetuosos”.
No es para menos: el crimen del que se los acusa no es tolerado por el resto de los presos. “Cobardes”, “giles” y “nenes de mamá” es lo mínimo que usan para describirlos entre los internos.
Lo cierto, también, es que sienten el peso del encierro. El contacto con su familia es limitado: tienen una hora por reloj en la visita de los jueves y se les permite una hora diaria en el teléfono público, deben turnarse entre los diez para hablar con una tarjeta prepaga.
Pidieron ayuda. Fuentes que conocen su encarcelamiento aseguran que son visitados por un psicólogo y un pastor evangélico externo al penal que les ofrece “ayuda espiritual”.
El tiempo de encierro llevó a varios alrededor de la causa a especular con una posible fisura en su unidad, que algunos de ellos, quizás los menos complicados por las pruebas, romperían el frente único de defensa y buscarían hablar para salvarse. Sin embargo, hasta este jueves por la mañana, el juez de garantías Diego Mancinelli, que supervisa la marcha del expediente, no recibió ningún escrito individual de la defensa de ninguno de los detenidos, tampoco un pedido de los acusados para declarar luego de que se negaran a hacerlo tras su detención.
Mientras tanto, la querella y la defensa recibieron el contenido de los celulares de los acusados que fueron peritados por la Policía Federal, que entregó dos discos rígidos de un terabyte cada uno, casi dos mil gigas de información. La evaluación de esos contenidos será clave para definir estrategias.