Otoño desde el espacio
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17/11/2019 12:08 hs

De ser la preferida de Sofovich a abandonarlo todo

Argentina - 17/11/2019 12:08 hs
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Fue actriz, modelo, secretaria televisiva. Y aunque entró a los medios con 16 años y sin quererlo, terminó yéndose a los 27 porque así lo quiso. “Estaba avasallada”, dice. Hoy, más de una década después, su vida transita por un camino muy diferente.

Mar del Plata. Verano de 2006. Encabezada por Nazarena Vélez y producida por Gerardo Sofovich, la comedia El Champán las pone mimosas es el éxito de la temporada. El Teatro Atlas levanta su telón de lunes a lunes, siempre a sala llena. Afuera, otra escena se repite a diario: quienes no consiguen su butaca aguardan en la vereda la salida de los artistas, ya pasada la medianoche. Como todavía no se inventaron los smarthphones -y su consecuencia: la selfie-, un autógrafo es el tesoro a buscar, al igual que una foto tomada por una cámara digital hogareña. Y la más joven del elenco es una de las más requeridas.

Luciana Bianchi tiene por entonces 24 años, un paso reciente por la televisión -en La Peluquería de Los Mateos- que acrecienta su popularidad, y una enorme predisposición: durante una hora y media (o más) estampará su firma y sonreirá para la posteridad ante quien lo requiera. Posará con un bebé, con dos amigos veinteañeros, con el marido cholulo de una turista... Hasta que al fin un custodio la acompañará hasta el departamento que le alquiló la producción, a escasas cuadras del teatro. La precaución es atinada pero no alcanza.

Es posible que al otro día Luciana amanezca sin un mechón de pelo por un tironeo desafortunado, o con moretones en un brazo por un agarrón desmedido. La fama, y sus daños colaterales.

En cambio hoy, a 13 años de aquellas salidas turbulentas, a Luciana rara vez la identifican en la calle. “Disculpame, ¿vos... vos no eras la de La Peluquería?”, le dicen, muy cada tanto. “Sí, sí era...”, responde ella, hasta con cierto pudor.

—¿Y qué se siente pasar de ese cariño del público, a menudo excesivo, a caminar por la vereda sin que te saluden?

—Tranquilidad. Aquello no lo podía creer. Y ahora, a la distancia, todavía menos.

—Pero muchos artistas se desesperan: no pueden vivir sin ese reconocimiento...

—¡Sí, tal cual! Pero eso a mí no me pasa.

Inicio
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Así como a muchos se les va toda una vida intentando en vano alcanzar su lugar en los medios, Luciana no lo consiguió una vez, sino dos. La primera, a sus 16 años. Estaba en cuarto año del secundario en un colegio de Belgrano cuando se anotó en la escuela de Reina Reech para hacer danza. Con unas compañeras participó de un casting para Utilísima Satelital, y quedó seleccionada. "Salía al aire dos días por semana. Era un comodín: paquita, bailarina de un magazine, ¡cualquier cosa! -sonríe-. No me olvido más: ganaba 800 pesos por mes, y pude pagarme el viaje de egresados a Bariloche. Me salió 830 pesos”.

El ingreso a la UADE para estudiar Contabilidad truncó -por decisión propia- aquella aventura adolescente en el cable. “No me preguntes por qué, pero desde cuarto grado yo sabía que iba a ser contadora. Siempre me gustó. Estaba enfocada en eso, y como soy bastante conservadora me decía: ‘Terminás el colegio y arrancás la facultad’”. Y así, Luciana guardó su comodín en el mazo.

El impase le duró tres meses, lo que tardó en llegar su segunda oportunidad en el medio, en esta ocasión sin pretenderla. Sucedió cuando -por hobby- quiso aprender fotografía de moda. “¡Pero este curso no es para sacar fotos! Es para modelar”, le aclaró apenas la vio el célebre representante de modelos Claudio Piñeiro, y agregó: “¿Por qué no lo hacés igual?". El cambio de planes la alentó.

Producciones, publicidades, campañas gráficas, desfiles... “Yo no trabajé de modelo: yo robé como modelo. ¡Caradura a full! Si mido 1.60... Compartía pasarela con Ingrid Grudke y no le llegaba ni al hombro -ríe fuerte-. ¡Pero nunca me importó! Empecé a ganar plata. Y era buena plata. Cubría los gastos de la facultad”.

Desarrollo

Al ojo clínico de Piñeiro le siguió el de Sofovich, quien la incorporó a sus elencos. Llegarían el teatro y la televisión. Y también llegarían los parciales, pero nunca los finales: la alumna Bianchi continuaba cursando la facultad en tiempo y forma, promocionando cada una de las materias. Aunque lo hacía en una nueva carrera, tras haberse inclinado por Marketing. ¿Y la contadora pública con la que se soñó de niña? La aburrió de grande.

“En los camarines de los teatros estudiaba poco y nada porque somos muchos en un lugar muy chiquito y retumba todo. Así que estudiaba en el sutbe. O en los castings, porque hay tiempo: a veces tenés que esperar tres horas...”. También lo hacía en los estudios televisivos, mientras aguardaba salir al aire en La Peluquería, y después de algún reto de Sofovich. “Gerardo siempre me apoyó con la facultad. No era que me permitía estudiar: me obligaba, que era distinto. Si me cruzaba en el pasillo sin hacer nada, hablando, me decía: ‘¿Qué hacés perdiendo el tiempo?'. Yo tenía que estar con los libros, y eso me venía bárbaro”.

Haciendo gala de su pragmatismo, Luciana siempre se manejó sin representante: desde el primer contrato cerrado siendo todavía menor de edad hasta los que firmó para hacer publicidades en el exterior y en dólares (Perú, Chile y hasta Japón), ella misma negoció todas las condiciones. Incluso con Sofovich, con quien -pese al cariño mutuo- no era tan sencillo ponerse de acuerdo.

“Sí, yo era jodida. Me sentaba y decía: ‘Necesito esto, puedo llegar hasta acá, ¿cómo trabajamos?, ¿qué podés hacer vos y qué puedo hacer yo?’. Me había armado un esquema contable en la cabeza: gracias a la carrera había un montón de cosas que yo ya las tenía, como los gastos en los que incurre un empleador, y desde ese lado entendía la situación. ¿Y cómo me iba? Ganaba... casi siempre".

Apelando a su fanatismo por Mickey Mouse (“¡Lo amo!”), el Ruso la apodó Minnie (“La odio...”), Y la chicaneaba a menudo: "Minnie, si vos tuvieras 20 centímetros más... ¡directamente a vedette!”. Pero la altura no era el verdadero impedimento. Por caso, María Eugenia Ritó se consagró entre las mejores y tenía una estatura menor a la de Bianchi. ¿Y entonces? “Yo no quería ser vedette. No me gustaba, no me sentía cómoda...”. Lo suyo pasaba por la comedia, por el histrionismo en escena al descenso por las escaleras con las plumas puestas, por las risas del público a los suspiros de la platea. Y por “escapar” de las peleas mediáticas y de los romances promocionados: “Será porque siempre tuve el mismo novio, casi toda la vida”.

Final

En una pared de su departamento ya estaba colgado el título de Licenciada en Marketing, conseguido con un promedio superior a 8.50, cuando todo cambió. Fue en un año de tempestades: el más fructífero de su carrera, el más triste de su vida. “He pasado por cosas...”, dice Luciana, bajando la mirada por primera vez en toda la entrevista con Teleshow.

Un lunes de enero de 2008 recibió un llamado cuando estaba en un evento. Se trataba de su papá. Muerte súbita. Junto con su hermano y su mamá despidieron sus restos a la mañana siguiente. En un instante, nublada por las lágrimas, recorrió con la vista el cementerio: alcanzó a divisar un par de paparazzis, fotografiándola desde lejos. Después vería otro en la puerta de su casa, y escucharía que en los noticieros hablaban de “la tragedia de Luciana Bianchi”.

Aún sintiéndose atosigada, sumergida en el dolor, esa misma noche hizo la función de la comedia Míster New York. No quiso que la suspendieran, aunque le habían dado la posibilidad. “Para mí fue una terapia: me hizo muy bien hacer reír al público estando como yo estaba. La gente te levanta...”.

A los pocos días entró a ShowMatch. El Chato Prada y Fede Hoppe le dieron a elegir entre el Bailando y el Patinando por un sueño, y Luciana saltó al hielo: hizo una y mil piruetas sobre los patines para ir superando las rondas. Le encantaba. La gimnasia artística que practicó desde los 8 años (en la adolescencia alcanzó a estar federada) le daba técnica, capacidad atlética, pérdida del temor, pero no bastaba para impedir los golpes. “Me di varios. Una vez caí con la mandíbula: quedé patinando de cara... Era de alto riesgo, pero a mí me encantó el desafío y me lo tomé en serio. Contraté gente: tenía un deportólogo, un médico clínico, un nutricionista; hacía un entrenamiento en paralelo para fortalecer los músculos y evitar un problema óseo. Hacíamos coreografías muy distintas al resto”.

Tanta intensidad comenzó a pesarle. “Entrenaba de 8 a 12 sobre la pista de hielo, después nos quedábamos con mi patinador dando saltitos en zapatillas, practicando. Al salir, hacíamos las grabaciones, y siempre iba a los programas satélites de ShowMatch como invitada. También estaban los desfiles en el Interior: a las 10 de la noche estaba en un aeropuerto, desfilaba a las 4 de la mañana y a las 7 de la mañana me volvía. Ese año tuve mucho trabajo, pero muchísimo, muchísimo, muchísimo. Y nada de tiempo libre". Pero, ¿y la vida personal? "Bueno, ese era un tema...”.

Luciana alcanzó las rondas finales del ciclo de Marcelo Tinelli, ya sobre el cierre de ese 2008. Quedó a un paso de las semis. Y al regresar a su casa... dijo basta, basta de todo. Lo último que hizo fue una publicidad para Francia que poco después se grabó en Buenos Aires: la convocó una marca de cerveza europea necesitaba una modelo que supiera deslizarse sobre el hielo. Y listo. Sin anuncio rutilante en la televisión, sin un reportaje de despedida en una revista, con 27 años recién cumplidos simplemente se fue.

Otro horizonte
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—¿Cuánto hace que no das una entrevista?

—Y... la última habrá sido a principios de 2019.

—¿2019? ¡Hace unos meses!

—No, no, ¡perdón! Principios de 2009. ¿Ves? Ya estoy grande...

Luciana Bianchi tiene ahora 38 años. Conserva un puñado de amistades del medio, como Cinthia Fernández, pero ya no la acompaña aquel novio que estuvo a su lado 15 años y “se bancó todo” de aquel mundo del espectáculo. Y como hizo desde pequeña, sigue privilegiando el análisis y la racionalidad por sobre la intuición y el impulso al tomar cualquier decisión. “Me cuesta ser un poco... floja. Me encantaría serlo, lo trabajo, pero no puedo: mis amigas me dicen Frozen. ¡Estoy en el límite!".

Desenvuelta, no le escapa al diálogo con el grabador encendido, pero lo que realmente parece disfrutar es la producción de fotos que realiza en un pasaje de Palermo. La nostalgia que no logra envolverla al mostrar sus fotos del archivo, ahora sí la atrapa, mientras ella fluye con la soltura adquirida en miles de flashes disparados en la memoria. “Volvería a modelar”, suelta, dejando escapar de una sola vez confesión y resignación.

Luego de aquel 2008 de la vorágine comprendió que debía sumar experiencia en el mercado laboral para el que se había preparado en la universidad. “Hice valer el estudio y migré a otro trabajo. Era empezar de cero, pero tenía que hacerlo ahí. No podría arrancar a los 35, hubiera sido tarde“.

Al fin, su renuncia al espectáculo se asentó en una mezcla de realidades: las ganas de volcarse al marketing, el hostigamiento que sintió cuando murió su papá, las horas interminables que le demandaban el teatro y la televisión... “Si hubiera pensado una estrategia para mí, por ahí me habría convenido seguir un poco más por la plata. Cobraba muy bien. Pero, ¿de qué me servía seguir juntando plata si no tenía ni siquiera una noche libre, si no podía irme de vacaciones con mis amigas? El cansancio fue un límite. Estaba avasallada. Mi paso por los medios se había dado de manera natural, sin buscar nada, por eso no me cuando la idea fue dejarlo no me costó. Ya no quería estar pidiendo permiso para pintarme las uñas, para pintarme el pelo...”.

Desde hace un tiempo Luciana trabaja para una empresa argentina líder en marketing, con cobertura en otros países de América.

“Estoy a cargo de las grandes cuentas de los clientes. ¡Y la verdad que me encanta! Me preparé para esto. Y no te voy a negar que cuando tengo una presentación me dan nervios y vergüenza: aunque en el teatro llegué a tener funciones para cinco mil espectadores, ahora hablo para cinco personas y... (suspira). Será que fui perdiendo la costumbre". Claro que algunos clientes también la reconocen. “A veces vas una reunión y se dan cuenta; después te lo dicen. Pero yo no reniego: ni cruzo los dedos para que no se acuerden que era la que estaba en la televisión, ni voy con una foto en el teatro para que me identifiquen”.

—El estudio te dio herramientas para negociar tus contratos, por ejemplo. Y tu paso por el espectáculo, ¿te aportó algo que hoy apliques en el trabajo?

—¡Sí! Me ayudó en las entrevistas laborales. A ver: yo negociaba con Gerardo Sofovich...

Fuente: Infobae

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