Ojo de cerradura
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21/08/2019 17:20 hs

Un argentino, el cerebro del increíble robo de La Gioconda del Museo del Louvre

Argentina - 21/08/2019 17:20 hs
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Se llamaba Eduardo de Valfierno y planeó una estafa de película con el cuadro más famoso de la historia.

Ya nadie recuerda a Eduardo de Valfierno. Quizás porque murió allá por 1931 de manera tan clandestina como anduvo por la vida. O acaso porque el tiempo destiñó toda certeza sobre su historia. Excepto una: el autor intelectual del robo del retrato más famoso de todos los tiempos, el de La Gioconda, era argentino.

En 2004 su apellido se transformó en novela (Valfierno de Martín Caparrós, ganadora del Premio Planeta), pero pasarían varios años hasta que su nombre ingresara en los archivos policiales del caso que desperezó al mundo un día como hoy, hace 108 años. O, mejor dicho, un día después, porque el robo del cuadro más famoso de Leonardo Da Vinci del Museo del Louvre se descubrió horas después, en la mañana del martes 22 de agosto de 1911. Al escándalo le sucederían 2 años y 111 días de incredulidad y vergüenza: durante todo ese tiempo, el paradero de la Mona Lisa fue un absoluto misterio.

El domingo 20 de agosto de 1911, el carpintero italiano Vincenzo Peruggia entró al Louvre poco antes de la hora de cierre. Peruggia, pobre y de pocas luces, hacía trabajos temporarios en el Museo. Gracias a aquel servicio se acostumbró a las rutinas de los guardias, conoció las salidas y escondrijos más próximos al Salón Carré, donde se hospedaba la pintura de la sonrisa melancólica.

Valfierno había llegado a París después de varias estafas en Sudamérica junto a su socio Yves Chaudron, un virtuoso falsificador de obras maestras. En Francia se adosó el título de marqués y comenzó a planear su golpe más ambicioso. La eficacia de Valfierno residía en su paciencia: a Chaudron le llevó 14 meses concluir seis copias impecables de la Mona Lisa, mientras Valfierno iba detectando a media docena de millonarios dispuestos a hipotecar su imperio con tal de tener aquel retrato colgado en la pared. La obra original era lo que menos le interesaba al estafador argentino. Sólo necesitaba que la noticia del robo recorriera el mundo para vendérsela a sus potenciales compradores.

No tardó en convencer a Peruggia de cometer el robo. Ese domingo, el carpintero se ocultó en un pequeño depósito de herramientas próximo al Salón Carré y pasó allí la noche. Al día siguiente, un lunes, las puertas del Museo permanecieron cerradas al público. Vincenzo salió de su escondite, descolgó la pintura de la pared, la despojó de su escudo vidriado y de su marco aristocrático, la ocultó bajo su guardapolvo y atravesó la salida como un operario más.

Cuando un guardián notó el espacio vacío pensó en una nueva sesión de fotos: el Louvre había inaugurado un estudio fotográfico y la célebre dama de Leonardo era una de sus modelos más solicitadas. Pasaron las horas y pasó el día y el guardia no preguntó nada, no avisó nada. Recién el martes 22, cuando el museo reabrió para el público, se advirtió que La Gioconda y su sonrisa habían desaparecido. La noticia, tal como había previsto Valfierno, se divulgó hasta en las naciones más minúsculas, pero el estupor fue mayúsculo. Al robo, fatalmente irresuelto, le siguió el luto y la resignación.

¿Dónde estaba la pintura? Pues a pocas cuadras del Louvre, en la modesta habitación del hotel donde se hospedaba Vincenzo. El argentino no volvió a tomar contacto con el carpintero italiano, que siguió con su vida oscura sin saber muy bien qué hacer con esa obra maestra que había ocultado debajo del falso fondo de un baúl destartalado. Hasta que en el otoño de 1913 leyó en un diario italiano un anuncio: el anticuario de Florencia Alfredo Geri compraba “a buen precio objetos de arte”. Lo contactó y el anticuario, escéptico pero intrigado, le respondió citándolo en Florencia para el 22 de diciembre. Peruggia fue al encuentro, le mostró la pintura y el comerciante, anonadado, dio parte a las autoridades.

La noticia del hallazgo recorrió el mundo y el domingo 4 de enero de 1914 la Mona Lisa ya volvía a sonreír desde en el Salón Carré del Museo del Louvre. En Florencia, la Justicia condenó a Peruggia a un año y quince días de prisión. Salió a los siete meses: para los italianos se había transformado en una suerte de romántico héroe nacional que había intentado devolver a su patria a La Gioconda. Eso fue lo que dijo cuando detuvieron. No se supo mucho más de él hasta su muerte, en 1947.

¿Qué fue de Valfierno? El argentino habría pasado una existencia sin sobresaltos hasta su muerte en los Estados Unidos, en 1931. Pero antes, empalagado de soberbia, le confesó a un amigo, el periodista norteamericano Karl Decker, el origen real de su fortuna. Aportó datos, fechas, descripciones y hasta el nombre de los seis millonarios a los que había estafado, con la única condición de que la historia se divulgara después de su muerte y su vida misma fuese leyenda.

Otro dato que hace aún más increíble esta historia de película: mientras La Gioconda faltó del Louvre, el museo tuvo un récord de visitas. ¿La razón? La gente iba igual a mirar el hueco en la pared.

Foto portada: AFP

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