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08/07/2018 18:33 hs

Mujeres de acero: sobrevivieron al cáncer de mama y hoy jugaron su propio Mundial

Argentina - 08/07/2018 18:33 hs
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El equipo argentino Rosas del Plata practica remo para mantener a raya la enfermedad. Según datos oficiales del Ministerio de Salud de la Nación, se detectan 52 casos por día de cáncer de mama. Leé esta emocionante historia porque después de mucho, la suya ya no es una historia sobre el cáncer sino sobre la vida.

Mientras el lector está comenzando este párrafo, tiene que saber que hoy, domingo 8 de julio, del otro lado del planeta se está jugando un Mundial. No, ese no, un poco más abajo, en Italia, puntualmente en Florencia. Es el Mundial femenino de remo en Bote Dragón de la IBCPC y tiene las eliminatorias más angustiantes del Universo: para clasificar, primero hay que ganarle a un cáncer de mama. Esta es la historia de las argentinas que están compitiendo allí, las Rosas del Plata.

IBCPC es la sigla, en inglés, de la Comisión Internacional de Remadoras contra el Cáncer de Mama, una entidad que nuclea a los equipos formados alrededor de la práctica del remo en Bote Dragón. En 1996, Donald Mc Kenzie, un médico deportólogo de la Universidad de British Columbia, le propuso a veinte mujeres operadas de cáncer de mama subirse a esta embarcación particular.

Todas tenían los brazos hinchados por la extracción de los ganglios axilares. La modalidad que eligió no fue al azar: la palada en este tipo de botes requiere de un ejercicio grupal repetitivo muy exigente, y además ayuda a desarrollar espíritu de equipo, armonía y acompañamiento. Veinte mujeres viajan una al lado de la otra en nueve filas, sincronizando los movimientos al ritmo de la líder, que va marcando el remo con un tambor en la parte delantera, mientras otra va manejando el timonel detrás. Hasta ese momento, a las mujeres tratadas por cáncer de mama se les recomendaba evitar el ejercicio riguroso de la parte superior del cuerpo por temor a desarrollar linfedema, un efecto secundario debilitante y crónico del tratamiento.

Según datos oficiales del Ministerio de Salud de la Nación, se detectan 52 casos por día de cáncer de mama.

El experimento de Mc Kenzie probó que, con el ejercicio, los brazos se deshinchaban y las pacientes lograban un enorme bienestar: estaban en mejor forma, más saludables y sobre todo más felices. Así nació la idea de que el remo en Bote Dragón podría convertirse en un medio para crear conciencia sobre el cáncer de mama y la capacidad de los sobrevivientes para llevar una vida normal.

El primer equipo se llamó A breast in a boat, un juego de palabras que significa Un pecho en un bote, pero también Juntas en un bote.

Australia, Nueva Zelanda, Estados Unidos, Italia empezaban a formar equipos, por lo que se creó la IBCPC. Además de nuclear a las distintas organizaciones, su función es facilitar la información a los nuevos grupos y ponerlos en tema sobre los beneficios de la práctica. Y, también, organizar los Mundiales. Para esta edición estiman que habrá más de 4.000 participantes, una marea color rosa inundando cada callejuela de una ciudad de ensueño.
 

Mujeres de acero, expertas en “remar”

 
“Cuando le comenté a mi doctor que quería probar este tipo de ejercicio, me miró muy serio. No estaba tan al tanto”, explica Matilde Yahni, fundadora y capitana de las Rosas del Plata, uno de los cuatro equipos que se formaron en el país. Ellas entrenan en Tigre, aunque las chicas que participan vienen de Capital y el Gran Buenos Aires. A veces practican allí, en Puerto Madero o en San Isidro, según dónde consigan un bote para entrenar o puedan coordinar horarios.

Ellas son Leticia Miranda, Cynthia Lizzi, Andreina Leonardelli, Carina González, Griselda Boyeras, Matilde Yahni, Alejandra Godoy, Laura Renart, Mónica Aurea Vázquez, Jessica Trumper, Débora Teplitzki y Cristina Villalba. Además de algunos apellidos de oncólogos compartidos, es difícil encontrar puntos en común entre todas. Las edades, las procedencias, las profesiones, cada una es una historia distinta. Y sin embargo están juntas y funcionando como un grupo amalgamado. Las Rosas no son un espacio de autoayuda: el lema al inscribirse es callarse y remar. El eje no es charlar de lo que les pasó, sino pensar en qué hay delante. Si alguna quiere hablar del tema, se verá fuera del bote. Arriba del agua, el cáncer no tiene lugar. Se quedó en la orilla.

Las Rosas del Plata nacieron como una iniciativa de Matilde, quien había hecho remo cuando era más chica. Con antecedentes de cáncer de mama presentes a lo largo de su árbol genealógico, las posibilidades de que surgiera algún bulto anómalo eran altas. Le salieron dos. Sin embargo, la detección temprana fue clave para poder atacarlos a tiempo.

En julio de 2015 escuchó en la radio una nota con Adriana Bártoli, una argentina miembro de A breast, quien contaba cómo remar la había ayudado con la rehabilitación. Algo se activó en ella. La contactó por redes sociales y empezó a meterse en el mundo del Bote Dragón. Le escribió a Jessica Trumper, una amiga de la infancia y compañera de remo que había pasado por el mismo cáncer, y empezaron con la idea de armar un grupo. Se propusieron constituirse como asociación civil, conseguir el bote y viajar a Florencia, al Mundial. Con esa premisa empezaron a convocar gente.

“A todas las mujeres que invitábamos les decíamos que vinieran a remar, a poner energía, a no hablar sobre lo que nos pasó y pensar en julio de 2018. Hoy está llegando el momento de subirse a ese avión y no lo puedo creer. Me cuesta dormir”, se ríe Matilde, la capitana.

A Jessica, la palabra cáncer le daba miedo. La vice capitana del equipo dice que genera escalofríos, que está asociada a enfermos terminales. Ella, diagnosticada en 2012, tardó mucho tiempo en pronunciarla. Incluso bastante después de la confirmación. Durante un chequeo manual se palpó un bulto en el pecho derecho, pero no tuvo tiempo de prestarle atención porque estaba trabajando en el exterior. Incluso un primer control médico le dio que no era nada malo. La punción le confirmó el peor escenario.

“Me sacaron los ganglios de la axila, y tuve que recuperar la movilidad. Después de la operación hice quimioterapia y rayos. Lo más complejo es la quimio, te genera reacciones corporales más allá de la pérdida del cabello y molestias en el estómago: tenés que hacer reposo y no te podés enfermar. En ese momento lo pude canalizar con el arte, la pintura”, explica Jessica. Cuando Matilde le propuso formar el equipo, no dudó un segundo. Para ella, viajar a Italia es terminar de afianzar un proyecto que se enfocó desde el primer momento en mostrar que existe vida después de la enfermedad.
 
“Una de cada ocho mujeres van a pasar por esta enfermedad y, atajada a tiempo. Tiene chances de ser curada. Nosotras somos un testimonio de que hay un después de todo este proceso. Un lugar de pertenencia”, comenta Matilde. Según datos oficiales del Ministerio de Salud de la Nación, el cáncer de mama causa 5.600 muertes de mujeres al año y cada día se detectan cerca de 52 casos.

Si bien los antecedentes familiares suelen tomarse como indicador de riesgo, más del 75 por ciento de las mujeres a las que se les detecta no presentaban registros de familiares con la enfermedad. Otros factores que aumentan las posibilidades de tener cáncer de mama y, sobre los cuales se puede intervenir, son el sobrepeso, el sedentarismo, el tabaquismo, el consumo de alcohol en proporciones mayores a las recomendadas. En algunos casos, la enfermedad se anuncia a partir de algún síntoma como nódulos en la mama, cambios en la coloración o textura de la piel, ganglios axilares duros o persistentes, entre otros. Esos síntomas deben llevar a una consulta. En mujeres mayores a 45 años, es recomendable realizarse una mamografía anualmente. El cáncer de mama también puede presentarse en hombres, pero representa un porcentaje de incidencia mucho menor.

Además de las Rosas del Plata, a Florencia viajan dos equipos de Neuquén y uno de La Plata. Es la primera participación de una delegación latinoamericana en la competencia. También hay proyectos en formación de remeras en Córdoba y Santa Fe, donde recién empiezan con las convocatorias. Para participar, hace falta el alta física y una charla previa, para saber en dónde está parada cada una. Si bien es un ejercicio intenso, no hace falta estado físico ni haber remado antes. Junto con el trabajo de rehabilitación y entrenamiento, las chicas hacen foco en la prevención: charlas informativas en colegios, actividades a beneficio, remadas o incluso acciones en la calle repartiendo folletos. Lo que recaudan va a un fondo común para el bote, aunque algo de esa plata se fue en terminar de pagar el viaje para las chicas que venían más complicadas. El último saltito del dólarfue un obstáculo, pero ya están las doce. Aunque al bote se van a subir trece.

Marcela de Rafaelli fue una de las primeras inscriptas, y de las que más se había enganchado con el grupo. Después de atravesar la enfermedad, encontró en el remo una actividad que la llenaba de alegría y de ganas. Pocos meses después de subirse, otro cáncer apareció de repente. Todo sucedió muy rápido. “Cuando peor estaba, hablé con una de las chicas de A breast para que me dijera cómo hacer porque tenía un grado de tristeza enorme y no quería llevarlo al grupo. Nos dijeron que lo mencionemos antes de entrenar, rememos pensando en ella y le mandemos nuestra energía, pero que no lo hablemos hasta estar abajo”, recuerda Matilde. Al poco tiempo, Marcela falleció. Y fue un golpe durísimo. Meses más tarde, durante un evento solidario, las dos hijas de Marcela quisieron participar de esa actividad que tan feliz había hecho a su madre. Fue un abrazo al alma. Para ellas, tanto como para las Rosas, Marcela sigue remando arriba del bote.

Andreina Leonardelli recibió el diagnóstico en mayo de 2015, cuando se hizo el examen anual que tenía pendiente de 2014. En ese momento tenía la cabeza en su papá, internado y con un pronóstico nada alentador. Allí notó que los médicos tardaban mucho midiendo cosas de su mamografía. Eran dos cosas. Durante los veinte días siguientes de ese baldazo de agua fría, hubo una operación, falleció su padre, una quimioterapia fuerte para atacar dos tumores muy agresivos, el pelo que se empezó a caer. “Cuando me enteré, fue una bomba. Era mucho, no sabía ni dónde estaba”, recuerda. En el medio, tomó una decisión de la que hoy se arrepiente: calló todo. Salvo a su marido, no le contó a nadie sobre el cáncer. Se lo tragó. Después de la quimio, también ese marido se fue de casa. Quedó sola con las chicas. Y su silencio. Cuando decidió encarar a sus hijas para “charlar de algo”, se encontró con que ellas ya se habían dado cuenta de todo. Allí se juramentaron nunca más volver a esconderse nada. La más grande comenzó a acompañarla a las sesiones de rayos, con una naturalidad que todavía la conmueve. En vez de voltearlas, el cáncer las hizo más fuertes.

Para todas, Italia representa algo más que una competencia. Es un festejo después de haber atravesado momentos tan apremiantes, salir a recorrer sin itinerarios, sin prescripciones médicas, con algunos miedos, pero ninguno más grande que todo aquello que ya dejaron atrás. La charla, que en otros momentos era un intercambio de apellidos de oncólogos y cirujanos de todo Buenos Aires, hoy es un ping pong de ciudades italianas y tips de viajes. Venecia, Nápoles, la Costa Amalfitana, Roma, Milán. Qué hacer, adónde ir. Porque después de mucho, la suya ya no es una historia sobre el cáncer. Esta es una historia sobre la vida. Y sobre seguir remando.

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