Y es que, a mayor cantidad de objetivos que cumplir, también mayor es la insatisfacción, como escribía el experto en comportamiento humano Oliver Buckerman en The Guardian:
Cuando ves la vida como una sucesión de metas que alcanzar, te encuentras en un estado de fracaso cuasi permanente. Pasas la mayor parte del tiempo alejado de lo que has definido como la encarnación del logro o del éxito. Y, en el caso de que lo alcances, sentirás que habrás perdido aquello que te proporcionaba un sentido de propósito, así que lo que harás será establecer un nuevo objetivo y empezar de nuevo.
En cambio, hay una tendencia a recurrir a la tendencia menos satisfactoria de todas: sentarse en el escritorio, frente a nuestro ordenador, navegar por sitios web, zascandilear en las redes sociales, y no contribuir a nuestra felicidad ni a nuestra productividad.
Para desconectar del trabajo no hay que permanecer en la silla descansando para que nos venga otro arrebato de productividad. Hay que salir a dar un paseo, acudir a una cafetería, tumbarse a hacer una siesta. Incluso asomarse a la ventana y contemplar.
Sin embargo, tomar estas dicisiones es difícil. A veces, incluso las actividades que están destinadas a ser un placer, como ver una película o salir a correr, pueden verse abrumadas por un sentido excesivo de la responsabilidad. Por ejemplo, un estudio sugiere que mirar televisión es considerablemente menos agradable para aquellos que luego se regañan a sí mismos como "adictos a la televisión".
Menos horas de trabajo intenso, de hecho, pueden ser más productivos que muchas horas. Charles Dickens, Gabriel García Márquez y Charles Darwin tuvieron horarios bastante relajados, trabajando durante cinco horas al día o menos.
Esto sucede, en parte, porque expandimos el trabajo para llenar todas las horas de nuestro horario. Pero si nos rebajaran el horario dos o tres horas, haríamos la misma cantidad de trabajo en general. Y tendríamos más tiempo libre.
Porque pasar tiempo sin hacer nada es tiempo bien empleado.