Se cumple un año de la 'primera gran crisis de reputación' de CRISPR y solo dos meses desde que aquella historia acabara finalmente con la retirada del artículo que la ocasionó (publicado también por Nature). Así que la pregunta evidente es, ¿otra vez?
Algunas mentiras tienen las patas más largas de lo que parece
El 30 de mayo de 2017, Nature Methods publicó un artículo en el que se decía que los ratones tratados con CRISPR desarrollaban miles de mutaciones inesperadas. Muchos medios nos hicimos eco de las conclusiones de Nature y la comunidad científica salió rápidamente al paso de las acusaciones: Gaetan Burgio resaltó los problemas metodológicos del estudios y Lluís Montoliu ponía en duda los resultados y manifestaba su estupor por unas mutaciones que ningún otro investigador había visto.
En las siguientes dos semanas quedo claro que las grandes revistas científicas habían entrado en lo que Montoliu llamó ‘posverdad’ y el efecto de eso se dejó notar. Los valores de todas las empresas biotecnológicas relacionadas con CRISPR cayeron repentinamente en bolsa en lo que fueron unos de los días más negros de la biotecnología de los últimos años. Los autores tardaron diez meses en retractarse de las conclusiones del estudio y al día siguiente Nature Methods retiró el artículo.
Con estos antecedentes, es razonable recibir con escepticismo las noticias negativas sobre CRISPR. A nadie se le escapa que estamos ante el 'premio gordo' de la edición genética y, hoy por hoy, conseguir armar un caso contra él sería garantía de consagración para cualquier científico. Es decir, por su potencial, es un terreno lleno de incentivos perversos.
La guerra soterrada entre CRISPR y el gen P53
También tienen incentivos (en sentido contrario) los que trabajan con la técnica. Así que lo más razonable es irnos a lo que publica Nature. En este caso, los investigadores del Instituto Karolinska y la Universidad de Helsinki nos explican que en el interior de las células humanas tratadas con CRISPR hay una 'batalla' entre estas técnicas y el gen P53. Al menos, eso es lo que han averiguado en sus laboratorios.
Para contextualizar, debemos entender que el gen P53 suele ser considerado como el gen “más importante en la prevención del cáncer”. Este gen actúa, por decirlo de alguna manera, como un “botiquín de primeros auxilios” dedicado a subsanar problemas relacionados con las roturas de ADN. Hoy también, la misma Nature Medicine, ha publicado un estudio muy interesante sobre cómo funciona.
Pues bien, según cuentan los investigadores, usar CRISPR puede activar el P53. Esto es un problema porque, como consecuencia, CRISPR pierde efectividad: el gen va deshaciendo (“reparando”) lo que hacen nuestras técnicas de modificación genética.
Y, como un buen número de nuevas terapias génicas se basan en el trasplante de células tratadas con CRISPR, es muy posible que al seleccionar las células “mejor editadas” estemos seleccionando (inadvertidamente) células con un P53 no-funcional. Unas células que, por eso mismo, tienen un mayor riesgo desarrollar cáncer.
No es un estudio contra CRISPR, es un estudio contra las prisas
La reflexión de los investigadores es bastante oportuna: CRISPR es una tecnología insultantemente joven. En cinco años ha pasado de ser una mera posibilidad a convertirse en la gran promesa sanitaria del siglo. Es decir: aún sabemos muy poco sobre cómo funciona.
Pero la 'nueva carrera biotecnológica' no está dando tiempo a ir sobre seguro. China lleva años usando CRISPR con humanos y EEUU, pese a los controles, sigue apretando el acelerador.
Algo emocionante, sí; sobre todo, porque es un tiempo fantástico para los amantes de la ciencia y la tecnología. Pero también descorazonador, muy a menudo parece que no hemos aprendido nada. Y eso sí es un problema, porque aprender de los errores del pasado es la mejor manera de no volver a repetirlos.