La Lic. en Filosofía María José Zapata reflexiona de su lugar de mujer de las luchas que a diario enfrentamos el género femenino.
El linaje de mujeres de mi familia fue -durante mucho tiempo- un linaje sufriente. Me contaba mi madre que el día que nací mi llegada fue acompañada con la exclamación “otra mujer para sufrir”. Fuerte ¿no?.Hace poco lo hablábamos con mi mamá y nos reímos un poco.
Nunca me consideré inferior a los hombres, lo que no implica no haberme sentido vulnerable o violentada en numerosos momentos de mi historia.
Paradójicamente viví mi condición de mujer -siendo pequeña- con cierto aire de superioridad. Realmente creía que los hombres eran seres dependientes, miedosos, manipulables. Yo estaba convencida de eso y mientras tanto los varones de mi entorno la pasaban genial mientras que las mujeres -tal como lo anunciaron a mi nacimiento- sufríamos.
Tenía 7 u 8 años y lavaba a mano, horneaba tortas, atendía a mi hermano. Mi madre pensaba que siendo hombre a mi hermano las cosas le serían más fáciles -y tal vez tenía razón- y entonces las exigencias para mi eran mayores. Las exigencias y las expectativas. Eso me agotaba. Sentí de pequeña que siempre “había que estar a la altura de las circunstancias”. Recuerdo una vez, estábamos solos en casa con mi hermano y el bidet se rompió y no dejaba de salir agua: mi hermano siguió su vida como si nada pasara pero yo lloraba porque moriríamos ahogados. Así de dramática era. Me sentía responsable por todo y sabía que se esperaba de mí que pudiera con todo.
Creo que hasta los 14 años más o menos seguí asumiendo ese papel. Hasta que conocí a Los Redondos, un día leí La Náusea, empecé a escuchar a Dolina (en la tele por ATC y en la radio por Continental moviendo la antena para todos lados) y leí Crónicas del Angel Gris. Me volví un poco lo que soy ahora y lo que eran esos escritos: un relato humorístico y nostálgico. Escuchar Oktubre hizo que leyera sobre el régimen zarista en Rusia, leer las entrevistas del Indio derivaron en otras músicas en otros textos. Empecé a querer ser otra. Sufrí también. Los pueblos pequeños no son buenos lugares para pasar la adolescencia. La juventud es de ciudad. Los pueblos son para cuando uno se jubila. Y ser mujer ahí es doblemente triste e injusto: el cuerpo, las barbaridades que te dicen por la calle, las cosas que no te dejan hacer, las cosas que no te dejan decir. Quería quemar todo. Pero fui dócil como me habían enseñado y huí diplomáticamente por la vía de la vida universitaria.
Pero no se sale tan fácil, casi 20 años de vivir así están metidos en el cuerpo. Y seguí sufriendo, siempre acompañada de esa sensación de poder con todo. Estudie, viajé, cumplí con el mandato de la maternidad y de la familia tipo. Siempre habitando la certeza de que algo no estaba bien y por suerte siempre tomando decisiones guiada por una sola idea: hay que intentar ser feliz y libre.
Leer sobre género y feminismo ayuda mucho a ver con claridad y habitar la condición de mujer de otra manera, pero es la experiencia de todos los días la que te da la energía y las convicciones de que si el mundo está hecho para hombres, las mujeres podemos cambiarlo.
Ir al mecánico es todo un desafío, vale igual para las casas de repuesto o el Lubricentro. Me desespera a veces pensar todo lo que queda por hacer y pienso que no veré esos grandes cambios que tanto anhelo, pero he tenido pequeñas alegrías que se convierten en esperanza. Me pasa con mis hijos y con mis estudiantes: le preguntaron a Aquiles si tenía novia y el contestó que no tenía novio ni novia y se compró un cuaderno púrpura (como le dice el al violeta) para sorpresa de la vendedora. Francisco me sorprende con su detectómetro de machismo... anda por la vida como la madre con un semáforo incorporado que se enciende cada vez que se activa el rojo conservador. Esa sensibilidad me conmueve. Y Alejandro -con quien hemos crecido juntos- me conmueve cuando en silencio asume roles y tareas de cuidado sin prejuicio ni cuestionamiento y deja de lado roles supuestamente viriles -como arreglar el auto- por hacer origami. Queda mucho por hacer, entre otras cosas lograr que laven el baño o cambien el rollo de papel higiénico (tareas que pareciera que están genéticamente imposibilitados de hacer)… Me sorprenden y esperanzan también mis estudiantes: un día les das unas clases sobre género y salen y te pintan los baños de la universidad con un stencil de “Deshacer Género”. Y vos miras el cartelito y se te hincha el corazón de alegría y entonces todo vuelve a tener sentido.
Soy una mujer de 40, deconstruyéndose, y me cuesta un montón. Tengo la suerte de estar rodeada de muchas mujeres, algunas muy jóvenes. De ellas aprendo en silencio. No siempre las entiendo y por eso no me atrevo a juzgarlas: tienen la energía de la juventud que muchos días a mi me falta. Creo que son necesarias. Algunxs no entienden que quieran quemar todo, les piden racionalidad y mesura -como me pidieron a mi hace 20 años- y ellas no nacieron para ser sumisas. Agradezco que existan, porque sin esa energía no hubiera cambiado nada.
Siento que durante muchos años el sistema machista me comió la energía, fagocitó mi creatividad, me obligó a elegir entre mi condición de mujer deseante y la madre abnegada pseudo mártir, asexuada, prolija y neurótica. Agradezco que la edad, las amigas, el arte, la música, los libros, me hayan despertado de mi sueño dogmático (así como a Kant le pasó leyendo a Hume). Estoy, con suerte, empezando a transitar la segunda mitad de mi vida. Me pregunté cómo quería vivirla y me respondí -otra vez- que libre y feliz. Y en eso estoy. Cuestionando/me, habitando amores no convencionales, haciendo escuchar mi voz, diciendo que no, creando, contagiando, deseando, disfrutando, enseñando. Ya no me preocupa poder con todo. Y lloro, me enojo y pienso “de a una genialidad por vez”. Y hace algunos años dejé de sufrir por todo. Ahora sufro por poco.
Hoy paramos aunque algunos no lo entiendan, y paramos justamente para eso, para que entiendan.
PD: “Y ahora tiro yo porque me toca” dijeron y me conquistaron. Gracias a todas las mujeres de mi vida que hacen que todo valga la alegría.
María José Zapata
Lic. en Filosofía y Mgter.en Ciencias Sociales. Trabajadora docente de la carrera de Trabajo Social y Filosofía de de la UNRC