El atolón de Pingelap, una isla micronesia en el Pacífico sur, a veces tiene otro nombre: la isla de los daltónicos. Ese es el sobrenombre que Oliver Sacks le dio a la isla en su libro de 1996, en el que exploraba el cerebro humano. Pingelap despertó el interés de Sacks y otros científicos por sus extrañas circunstancias genéticas. Según la leyenda, en 1775 un tifón devastador acabó con gran parte de la población. Uno de los supervivientes, un gobernante, era portador de un raro gen de un tipo extremo de daltonismo, y transmitió ese gen a las generaciones futuras de la isla.
Hoy se cree que casi el 10 por ciento de la población isleña todavía es portadora del gen de esta enfermedad, conocida como acromatopsia completa, una tasa muy superior a la incidencia en el resto del mundo: 1 entre 30.000. Pero ese 10 por ciento también es lo suficientemente bajo para que el concepto del color —y de quién puede verlo— haya adquirido un nuevo significado entre los habitantes de Pingelap.
La fotógrafa belga Sanne De Wilde ha usado la isla y el concepto del daltonismo como inspiración para una serie de imágenes sobre la genética. Durante su visita a Pingelap en 2015, creó una serie de fotos que mostraban el mundo tal y como lo vería una persona daltónica. Algunas imágenes eran en blanco y negro. Pero algunos enfermos de acromatopsia también afirmaron que podían ver ligeras variaciones de algunos colores, como el rojo o el azul. Por eso usó ajustes fotográficos infrarrojos y lentes para distorsionar y cambiar ciertos colores. Entonces, para añadir un trazo artístico, invitó a algunos de los enfermos a pintar sobre las imágenes con acuarelas para reflejar cómo veían el mundo.
Está claro que el desafío que presentan las deficiencias visuales es que es difícil entender algo que el ojo nunca ha visto. ¿Qué es naranja para una persona que solo conoce el blanco y el negro? «Color no es solo una palabra para quienes no pueden ver», dijo De Wilde. Cuando regresó de la isla, creó en su estudio de Ámsterdam un montaje como forma de ósmosis inversa, para simular el daltonismo. Invitó a los visitantes a pintar usando colores que nunca parecían aparecer. Y más adelante, para su sorpresa y desconcierto, estos se enfrentaron a sus obras de arte de colores daltónicos.
«Lo que estoy intentando hacer es invitar a la gente a que vea el mundo e interactúe con él de una forma nueva», afirma De Wilde. Sus otros proyectos, sobre el albinismo y el enanismo, tratan ese mismo solapamiento de la genética, la geografía y el estigma social. Pero hay algo primordial sobre la visión: los ojos son los primeros embajadores del cuerpo en el mundo. Un proyecto sobre el color se convierte en un proyecto sobre la perspectiva y sobre cómo la de dos personas diferentes nunca es exactamente igual.