La fotografía de este amanecer es hermosa por sí misma, pero imagínese lo idílica que le parecería la escena, si además, llevara sin ver el sol durante 4 meses. Foto: ESA / IPEV / PNRA / C. Dangoiss
Para muchos, el Sol desapareció detrás de la Luna en el eclipse que tuvo lugar el pasado 21 de agosto y que atravesó de costa a costa el territorio de los Estados Unidos. Sin embargo, las 13 personas que vivían en la estación de investigación Concordia de la Antártida tuvieron que lidiar con la ausencia de luz solar durante mucho más tiempo. La fotografía de este amanecer es hermosa por sí misma, pero imagínese lo idílica que le parecería la escena, si además, llevara sin ver el sol durante 4 meses.
Esto es exactamente lo que el equipo que vive y trabaja en la remota base de Concordia experimenta en la meseta donde se sitúa su campamento de investigación: a 3.200 metros sobre el nivel del mar y en el extremo sur de la Tierra. Aquí el Sol no se eleva por encima del horizonte durante lo que dura el invierno, de mayo hasta agosto. Es así que los investigadores han de desarrollar su labor en un entorno sin luz solar y en donde las temperaturas pueden bajar por debajo de -80 °C.
La extrema situación climática, las duras condiciones ambientales y el aislamiento del resto del mundo que se experimentan en Concordia, no son muy diferentes a cómo sería vivir en otro planeta. La Agencia Espacial Europeaenvía un doctor de investigación a la base franco-italiana cada año para estudiar cómo el cuerpo humano y la psique hacen frente y se adaptan al hostil entorno.
Una tradición de los habitantes de este remoto campamento consiste en, tras pasar casi un año en la estación, hacer una señal de madera que apunta a su ciudad natal. A pesar de estar a la intemperie y sufrir los embates del frío, los hitos de madera no se no se pudren y resisten estoicamente gracias a que ninguna bacteria u hongo puede sobrevivir en las duras condiciones a las que se enfrentan en este blanco y estéril desierto de nieve.